Un día desperté...
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Saludé la vieja casa del campo,
la del equipaje antiguo con candados rotos.
Coleccionando un tiempo que se ha hecho años,
en ese pedazo celeste con hojas en el suelo.
La pendiente del tejado aún posee nuestra forma,
permanece con tu nombre en la madera.
El jardín, con mis dedos en la pradera,
!Buscando la flor delicada donde se clavó la esencia de tu cuello!
Sumergí mis rosas en el cielo nocturno y
gotas inmensas tomé del espacio.
Aún la vieja casa nos recuerda...
tiembla tu paso en su pulmón,
cuando tu palma se sujeta de la puerta y la mía de tu adiós.
Qué triste esta la habitación, si no siente ya su constructor,
dejamos la música encendida...
con siluetas intactas formando la herida.
Recordé tus ojos tupidos sintiendo la melodía,
así como yo cierro los míos y te siento a ti.
Mientras... se asomaba la advenediza claridad,
que coqueteando con la brisa hacían pestañar las ventanas
y enjuagar nuestros néctares en la luna.
Quedó la esperanza como mi trofeo,
puesta en un lugar: nuestro amor.
Estampé a mí artista, mi loco creador,
quien esbozó mi retrato en su frente,
y dejó esquemas volando en la estancia.
Despedí la vieja casa del campo,
con un nuevo equipaje y el autor... esperando mi regreso.
Ven de esas piedras lejanas,
ese rincón en el bolsillo,
las cuestas de peces que nadan en las montañas,
rocosas las olas que viven en mi pensamiento.
¿Donde estas?
Te espantas....
Vuelve con las flores, el mango,
los olores a nenúfares,
Vuelve con una góndola en las narices.
Y los barcos andan por esos ojos,
como lagunas negras que no descansan.
Así es que un mundo de aleteos
sueña con vivir.
No creas en esas estancias,
los empaques son más grandes
y no traen grapas, ni sogas,
ni cintas, ni almidón,
nacen con la brisa propia de los montes,
con patas de arañas tejiendo la vida
en celestes huertas
y un concepto fugas
pero alcanzado.
La música, llena unas salivas,
algo polvorientas,
de escasas razones.
Y estas, se recuperan solas,
de junglas quemadas y transitorias
que acaban por los días y días de la noche,
del núcleo que nunca existió en mi cuerpo,
porque los centros no existen,
ni las direcciones,
en esta parcela regalada,
sujeta de hilos por el cielo
y conchas de girasoles naranja.
Soy familia de aquello que no acaba,
me enseñas a no caminar por un único paraíso,
recorriendo colores que adivino
Y sonrío...
porque existen tachadas
en el órgano inmortal de nuestra lluvia:
lagrimas alegres.